En el año 2004, la ópera estaba cambiando en España por resultar cada vez más cercana y abierta. Y el Liceu de Barcelona tuvo mucha culpa de ello pues su público cada vez era más variado y joven. Para que todo funcionara como un reloj, más de mil personas trabajaban entre oropeles y maromas.
Texto: Andrea González / Fotografías: Fèlix Merino